Si hablamos de las personas que se hicieron a sí mismas, Henry
Ford es el paradigma por excelencia. Después de que terminó de cursar los
estudios primarios, sus padres decidieron que lo mejor para él era que comience
a trabajar en la granja familiar en lugar de que prosiga con sus clases en la
escuela. Ya desde temprana edad, el
pequeño Henry manifestó su afición por la mecánica y, mientras cumplía con sus
labores en la granja, se pasaba gran parte del día en un taller que había
improvisado dentro de la propiedad.
“No
tuve más juguetes que mis herramientas, y fue con ellas con lo que jugué toda
mi vida. De joven, el menor desecho de cualquier máquina era para mí un
verdadero tesoro”.
Su padre
deseaba que continúe en la administración de la granja familiar, cosa que no
estaba en los planes del joven Henry. Y así fue que a los 17 años, y en contra
de los deseos de su progenitor, entra como aprendiz mecánico en una fábrica. En
menos de un año, aprendió todo lo necesario y creyó que la mecánica ya no tenía
secretos para él.
“Las máquinas son para el mecánico como los libros para los escritores.
Encuentra en ellas sus ideas y, si está dotado de cierta inteligencia, lleva
estas ideas a la práctica.”
Después de renunciar a su empleo en la compañía Westinghouse en
donde se desempeñaba como mecánico especializado, regresó a la granja de sus
padres. Allí, pasó la mayor parte de su tiempo en el taller que había montado
en su adolescencia.
El espíritu
emprendedor y apasionado del joven Henry parecía atrapado en la granja familiar
y sus sueños lo llevaban mucho más allá de la vida rural en la cual estaba
inmerso. Por esa razón, cuando recibió la propuesta de unirse como ingeniero
mecánico en una de las compañías de Thomas Alba Edison, no lo pensó mucho, tomó
sus bártulos y dejó la granja paterna por segunda y última vez, ya que no
regresaría nunca más.
En la casa que alquiló en Detroit, su nuevo taller ocupaba casi
todo el espacio. Por las noches, luego de cumplir su tarea en la compañía,
trabajaba hasta altas horas en su motor de nafta. “Un trabajo que a uno le
interesa jamás es duro y yo no dudo nunca de su éxito”, palabras que marcan una
de las cualidades de este gran emprendedor, su inquebrantable perseverancia.
En 1892, a
los 29 años, todos sus esfuerzos se materializaron en su primer automóvil a
nafta. Con el prototipo, paseo por las calles de Detroit ante la mirada atónita
de los transeúntes. Recorrió más de 1.600 kilómetros y sometió al vehículo a
todo tipo de pruebas. Para luego vender el “cacharro” por doscientos dólares.
Este fue su primer éxito, aunque el joven Henry Ford quería ir mucho más lejos.
Ford seguía
sus labores para la compañía de Edison cuando le ofrecieron un cargo directivo
muy importante en la empresa, tendría una generosa remuneración y acceso a los
más altos niveles ejecutivos. Pero había una condición, él tendría que
renunciar a todos sus proyectos y dedicarse por entero a los planes de la
compañía.
Ahora sí, el
mundo estaba muy cerca de presenciar lo que Henry Ford soñaba en aquellos años,
la producción en masa de automóviles como nunca antes se había hecho.
“Poca
gente osa lanzarse a negocios, porque en el fondo de sí mismos se dicen: ¿por
qué lanzar tal producto al mercado, si ya hay alguien que lo hace? Yo, en
cambio, me he dicho siempre: ¿por qué no hacerlo mejor? Y eso es lo que hice.”
“Todo es posible. La fe es la sustancia de
aquello que esperamos, la garantía de que podemos realizarlo”.